viernes, 5 de agosto de 2011

El arte del engaño

Elevar las cosas sobre la realidad sensible por medio de la inteligencia o la fantasía.
Mi disfraz es amplio, porque puedo transformar mejillas húmedas por labios desplegados levemente hacia arriba. Ni soy de piedra, ni puedo serlo. Tampoco soy ninguna heroína dispuesta a salvar vidas enfrentándose a numerosas fuerzas.

El dolor me afecta, el daño me perjudica.

No puedo esquivar balas como si fuera un fuerte sonido, a 340 m/s; Tampoco soy inmune a los golpes, y lo más probable es, que si me lanzas por un sexto piso, esa sería la última vez que viera la luz del sol, que escuchara el susurrar de los pájaros por la mañana, que oliese el olor a fresco cuando comienza la primavera, que al fin y al cabo, me sintiera y permaneciera con vida;

Ni mucho menos puedo leer un libro con tan sólo pasar las páginas, y por más que quiera, mis ojos no ven más allá de cuerpos opacos; Mis ojos no desprenden el más mínimo ardor con el propósito de calcinar algo; Tampoco, con un simple impulso, puedo alzarme al vuelo y recorrer millones de ciudades traspasando nubes.

Soy vulnerable a cualquier tipo de daño, e incluso con el más mínimo movimiento en falso, puedo sangrar con un inofensivo folio. Odio tener que decir esto, pero sí, soy humana. No puedo hacer otra cosa, nada más que aparentar; Y si me pinchas, sangro. Si me desangro, muero, y si muero, inevitablemente dejo de existir.
Si intento volar, me caigo. Y si intento soñar, simplemente me desilusiono.


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