Es de noche y mi inconsciencia no se ha pronunciado todavía. Quiero observar una vez más por esa ventana a la cual me asomaba todas las noches, pero esta vez, el paisaje es distinto. El azul intenso del cielo se torna en un negro profundo y solitario. Y ni siquiera hay estrellas que contemplar.
Siento pánico, pero se que tengo que hacerlo y tomar cuanto antes una decisión. Una decisión que supone suicidar una parte de mí. Mi cuerpo tiembla y mi mente me quiere hacer creer que tengo frío. Transcurren los segundos como fuertes latidos capaces de despertar hasta al más profundo de mis demonios. Una ráfaga de aire me eriza los vellos mientras mis manos, involuntariamente, abren la ventana. Lo sabía. En lo más profundo de mi ser lo estaba sintiendo. Este cielo oscuro y aterrador es tan real como el dolor que puedo sentir en mis pulmones, perforandose cada vez con más intensidad.
El final había llegado, tal y como yo esperaba.
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