No hay que olvidar que el cuerpo se degrada, que los amigos se mueren, que todos te olvidan, que el final es soledad. No hay que olvidar tampoco que esos viejos fueron jóvenes, que el tiempo de una vida es irrisorio, que un día tienes veinte años, y al siguiente ya son ochenta...
Hace tiempo que aprendí que la vida se pasa volando, mirando a los adultos a mi alrededor, tan apresurados siempre, tan agobiados porque se les va a cumplir el plazo, tan ávidos del ahora para no pensar en el mañana...Pero si se teme el mañana es porque no se sabe construir el presente, y cuando no se sabe construir el presente, uno se dice a sí mismo que podrá hacerlo mañana y entonces ya está perdido porque el mañana siempre termina por convertirse en hoy, ¿lo entendéis?
De modo que sobre todo no hay que olvidarlo. Hay que vivir con la certeza de que envejeceremos y que no será algo bonito, ni bueno, ni alegre. Y decirse que lo que importa es el ahora: construir, ahora, algo, a toda costa, con todas nuestras fuerzas. Superarse cada día, para hacer que cada día sea imperecedero. Escalar paso a paso cada uno su propio Everest y hacerlo de manera que cada paso sea una pizca de eternidad.
Para eso sirve el futuro: para construir el presente con verdaderos proyectos de seres vivos.
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