La vida de la tercera en discordia no deja de ser una montaña rusa. No es que un día estés arriba y otro abajo, no es que haya rachas mejores ni peores. Es, a ratos. Por momentos. Bebes tres copas y te olvidas de todo, bebes otras tres y te acuerdas de todo. Sigues bebiendo y te ríes para después llorar. Piensas en ti y te sientes la mujer más poderosa del planeta. Recuperas el control y aprendes a ser feliz. Lo pierdes y te desmoronas entre las cuatro paredes de tu habitación. Avanzas y retrocedes. Lo ves todo claro y acto seguido se te oscurece el día. Te comes el mundo y segundos después el mundo te come a ti. Sabes lo que quieres y luchas por ello y después piensas que no tiene sentido sin haberlo intentado una vez más. Dejas de padecer y te invade el dolor en el instante menos esperado. Te devoran los recuerdos, se te ablanda el corazón, se te congela, se te enternece y se enfurece. Destruyes las imágenes del pasado y, cuando estás a punto de borrarlas de la memoria, las retienes porque en el fondo sabes que el alma las necesita para no morir. No hay que mirar atrás para seguir adelante, hay que seguir adelante sin mirar atrás.
Me concentro en mi día a día, en mi disciplina, en mis ilusiones, en hacer lo que me gusta. He vivido demasiado tiempo a expensas de palabras que no se pueden demostrar. Asumí una realidad que pocos hubieran aguantado. Pisé la tierra con firmeza aún sabiendo que el laberinto no tenía salida. Como un borracho dando tumbos. Como el eterno perdedor que se resigna a seguir perdiendo. Como el drogadicto que necesita su dosis diaria, por más mínima que sea.
Afortunadamente el tiempo perdona y cura, y te ofrece nuevas oportunidades, otros paisajes, canciones frescas y sábanas limpias cada noche. Te ordena y te quita la razón, te alivia, te calma. El tiempo te enseña, te levanta y te arregla. Te hace la vida más fácil y es justo ahí donde hay que sacar toda la artillería para dar el gran salto, para captar y aferrarte a la luz al vuelo. Y tener la suficiente valentía y templanza como para mantener ese equilibrio que siempre pende de un hilo.
Equilibrio que se me ha ido a la mierda cinco minutos antes de empezar a escribir este post. No es tristeza exactamente, sino esa mezcla explosiva que a veces me atormenta. Rabia, ira, frustración, impotencia, rencor. No sé si es dolor. No sé si sufro por lo que no pudo ser o porque despego y aterrizo constantemente sin poder mantener una línea constante. Emociones cruzadas y enfrentadas. Es querer y odiar, sentir y no sentir, soñar y no dormir, vivir y malvivir. Sí ó no. Ahora ó nunca. Blanco ó negro. Hola ó adiós.
Perdida en mis contradicciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario