domingo, 8 de octubre de 2017

Hay una ley de vida, y es que las relaciones de amistad vienen y van. La mayoría de esas personas las conocerás en una estación de paso y es lo que va a condicionar la relación, porque realmente sabes que va a ser solo eso, una parada, para que meses después cada cuál se vaya y elija su camino. Quizás alguna vez te acuerdes de esa persona de "paso", pero no trascenderá, solo se quedará en eso. Pero luego hay otras personas que siempre llevas contigo, esas personas que han dejado huella, y pase lo que pase, siempre te acordarás de ellas, aunque a veces el recuerdo duela y sea inevitable. Porque sí, si una pequeña marquita se graba con fuego ya no se puede quitar. Y luego están otras personas, que empiezan siendo amigos, gente con la que compartes muchas cosas, risas, noches, días, películas, llantos, miles de cosas. Gente con la que te sientes bien, pero un día las cosas se tuercen. Las personas cambian, nosotros cambiamos, y si el cambio se produce por ambas partes, se produce una escisión en la amistad, una rotura por ambas partes, por lo que se nota menos. Sin embargo si el cambio solo viene de parte de uno entonces surgen la distancia y el dolor, porque es solo uno el que ve. Porque uno no puede luchar por acercarse cuando el otro solo le pone barreras. Puedes tener paciencia, pero seamos realistas, la paciencia no cura las heridas, y no puedes esperar eternamente a que esa persona que era, aparezca de nuevo. No va a aparecer porque si ha cambiado ha sido por algo, quizá simplemente ha dejado una parte de su ser de lado, la pena es que sea la parte que te hacía estar ahí por él (o por ella). Cuando eso pasa te ves en una situación complicada. Tienes muchos recuerdos buenos, pero tienes también muchos espacios negros producidas por el cambio. Rencores, o frases que te has callado por hacer caso a la paciencia (que a escondidas de todos te susurraba: chsss no digas nada, tiene un mal día, no le des importancia a tal o cual comentario). Y al final tienes un cúmulo de cosas negativas luchando por recuerdos positivos. Estás en guerra, una guerra que si no acabas te hace meterte en un círculo difuso que parece no tener fin (por algo los círculos son infinitos). No le dices nada porque ya apenas le ves pero si tienes oportunidad de verle luchas por estar callada y no causar problemas (porque para una vez que le ves no merece la pena gritar). Entonces asumes la realidad, que ese amigo con el que tienes años de recuerdos ya no está, y lo que más duele, no va a volver. Te das cuenta de que solo compartís los mismos silencios incómodos, que es eso lo que tenéis en común, las pausas eternas donde nadie dice nada porque ninguno se atreve a lanzar ,al aire o a la cara, la excusa adecuada para rechazar la invitación ( y así no tener que verse). Y cuando descubres todo esto, cuando te paras a pensar y ves lo que fuisteis y lo que nunca más volverás a ser, te envuelve una nostalgia extraña. Pero el tiempo pasa, y al final lo que es nostalgia se convierte en indiferencia. Aunque es cierto que a veces esa indiferencia viene porque, el cambio ha producido tantos golpes, que ya eres inmune. Eres inmune a las frases mal dichas, a desprecios, desplantes y a cualquier cosa que pueda herirte. Y con esa indiferencia como arma podrías romper el círculo, pero en realidad no se rompe. Sigue ahí, con el silencio de palabras que todo el mundo sabe pero nadie se atreve a decir. Bueno yo creo que ya es hora de decir algo, algo que me he dicho a mi misma: Felicidades, has perdido un amigo. La parte positiva es que, no merece la pena ponerse triste. Si se ha ido, ha sido por cuenta propia. Uno solo no puede tirar del carro. Esto es ley de vida. Y como último consejo: las cosas nunca vuelve a ser como antes. Nunca. Mejor asumir y seguir sonriendo junto a las personas que de verdad quieran tu sonrisa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario